miércoles, 29 de abril de 2015

martes, 28 de abril de 2015

DOMINGO 5º DE PASCUA B

REFLEXIÓN-DOMINGO 5º DE PASCUA 3 de mayo de 2015

LA VID Y LOS SARMIENTOS

“La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad del Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo”.  Así se refiere en uno de los “sumarios de los Hechos”, con el que se cierra la primera lectura de la misa de hoy   (Hech 4,11-12).
Es un panorama que rezuma la armonía de una vida cristiana fervorosa y consecuente. Lo cual no significa olvidar y negar las persecuciones que desde el primer momento se abatieron sobre los apóstoles, sobre Esteban.
Pero más que la paz exterior nos encanta esa nota sobre la armonía interior de una Iglesia que crece y se desarrolla. Es una comunidad que confía en la fidelidad que el Señor le muestra cada día. Y que trata de responder con fidelidad a la elección y a la vocación que ha recibido.
Claro que nada de eso habría sido posible sin la fuerza experimentada en Pentecostés. Tampoco hoy será posible crecer en la fidelidad si no nos ayuda la gracia del Espíritu Santo. 

 LA VIDA Y EL FUEGO

A ese recuerdo agradecido corresponde de alguna manera la palabra de Jesús que se proclama en el evangelio de este quinto domingo de Pascua  (Jn 15,1-8). En ella se nos recuerda la necesidad de ser fieles al que es la fuente de nuestra vida, 
• Jesús se nos revela como la verdadera vid. Era esta una imagen muy querida por su pueblo. Los profetas habían identificado muchas veces a Israel, con la viña plantada por Dios. Una viña de la que él esperaba los mejores frutos y de la que solo recibió agrazones. Jesús es la nueva y definitiva vid.
• Los discípulos de Jesús son comparados con los sarmientos. Cuando están unidos a la vid reciben de ella la savia de la vida y pueden producir los  frutos esperados. Si los sarmientos se separan de la vid, se secan, no pueden producir fruto por sí mismos y no tienen otro destino que arder en el fuego del hogar.
 La alegoría se aplica a todos nosotros. Sólo nuestra soberbia nos hace pensar que estar unidos a la vid, que es Jesucristo coarta nuestra libertad. Pero esa sería nuestra perdición. La fidelidad al Evangelio y a la Iglesia es la fuente de nuestra vida y la garantía de los frutos.  

EL PADRE  Y LOS DISCÍPULOS

 Este mensaje nos interpela. Sobre todo, porque la alegoría evangélica no se detiene en una amenaza de condenas y de fuego, sino que se abre a una hermosa perspectiva:
• “Con esto recibe gloria mi Padre”.  Jesús alude muchas veces a la gloria de su Padre. El Papa Francisco nos ha dicho que demasiadas veces buscamos nuestra propia gloria. Pero no es ese el deseo del Señor. No está en eso nuestra felicidad.  
• “Con que deis fruto abundante”. Demasiadas veces se acusa a los cristianos de una presunta esterilidad. Se dice que no contribuyen al progreso y la cultura. No es cierto. Jesús quiere que demos frutos de paz y de justicia, de verdad, de bondad y de belleza.  
• “Así seréis discípulos míos”. Jesús decía que la fe no consiste en meras palabras, sino en las obras concretas, en las que se manifiesta nuestra aceptación de la voluntad de Dios. Es decir, en la fidelidad que nos mantiene unidos a la vid.  
- Señor Jesús, te reconocemos como la Vid de la que brota nuestra vida. Sabemos que sin ti no podemos dar los frutos de la fe, de la esperanza y del amor. No permitas que nos apartemos de ti. Amén. Aleluya.

martes, 14 de abril de 2015

LECTIO DIVINA-MARTES 2ª SEMANA DE PASCUA
Martes II

Hch 4,32-37
Jn 3,5a.7b-15
ABRIL 14
Jesús le dijo a Nicodemo: “Tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del Espíritu”. Nicodemo volvió a preguntarle: “¿Cómo puede ser eso?”. Jesús le contestó: “¿Tú, que eres el maestro de Israel, no sabes estas cosas? Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y somos testigos de lo que hemos visto; pero no creéis lo que os decimos. Si no me creéis cuando os hablo de las cosas de este mundo, ¿cómo vais a creerme si os hablo de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre ha de ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Preparación: “Busco a quien murió por mí. Quiero hallar al que resucitó por nuestra causa. Ante mí está el nacimiento. ¡Ojalá sea iluminado con una luz pura! Cuando haya llegado allí seré por fin un hombre”. Así escribía San Ignacio de Antioquía a los cristianos de Roma, mientras viajaba a la ciudad donde sabía que le esperaba el martirio. Él había entendido lo que significa “nacer de nuevo”.  
Lectura: En la primera lectura de la misa de hoy se inserta uno de los “sumarios” que se encuentran en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En él se resume con vivos acentos la vida ejemplar de las primeras comunidades de los fieles, discípulos de Jesucristo. En el Evangelio continúa el coloquio de Jesús con Nicodemo. El fariseo no puede entender qué significa nacer del Espíritu. La contraposición del “nosotros” al “vosotros” refleja las discusiones de esas primeras comunidades cristianas con los miembros del judaísmo. Hasta cuatro veces se insiste en la necesidad de “creer” en el Hijo del hombre.

Meditación: Es evidente que los primeros cristianos no reducen su fe a meras ideas abstractas. Hablan de lo que han vivido y se presentan como testigos de lo que han visto. No se limitan tan solo a creer sino que anuncian con valentía sus creencias. También los cristianos de hoy han de dar gracias por su fe y han de formarse en la oración y en la reflexión para poder afirmar: “Nosotros hablamos de lo que sabemos y somos testigos de lo que hemos visto”. Ser testigos implica estar ahí y ser diferentes. Pero el testigo no sólo tiene que saber lo que anuncia. Tiene que vivir con la coherencia que exige la creencia.

Oración: “Haz, Señor, que la fuerza del Espíritu Santo nos purifique y nos fortalezca, para que trabajemos por hacer más humana la vida de los hombres. Amén”.

Contemplación: De nuevo observamos la extrañeza de Nicodemo, un fariseo de buena voluntad que quiere saber quién es Jesús y qué es lo que enseña. Contemplamos la serenidad del Maestro. Jesús es más que un doctor de la Ley. Y es más que un profeta. Es el único que ha bajado del cielo y puede revelar las cosas del cielo.  Además recuerda el episodio de las serpientes que mordían a los hebreos y de la serpiente de bronce en la que encontraron curación. Jesús se aplica aquella imagen de liberación: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre ha de ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Acción: Nos preguntamos hoy cómo podemos ser testigos de lo que creemos en medio de una sociedad que se resiste a admitir aun la posibilidad de creer.

lunes, 6 de abril de 2015

CREDO PARA LA PASCUA DE RESURRECCIÓN 1

LECTIO DIVINA-PASCUA DE RESURRECCIÓN

 
                                                  El Resucitado de Juan de Juni
Domingo de Resurrección

Hch 10,34a.37-43
Col 3,1-4
Jn 20,1-9
ABRIL 5
En aquel tiempo Pedro comenzó entonces a hablar, diciendo: “Vosotros ya sabéis lo que pasó en toda la tierra de los judíos, comenzando por Galilea, después de que Juan proclamara que es necesario bautizarse. Sabéis que Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y que éste anduvo haciendo el bien y sanando a cuantos sufrían bajo el poder del diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de Judea y en Jerusalén. Después lo mataron colgándolo de una cruz; pero Dios le resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera a nosotros. No se apareció a todo el pueblo, sino a nosotros, a quienes Dios había escogido de antemano como testigos. Nosotros comimos y bebimos con él después que resucitó, y él nos envió a anunciar al pueblo que Dios le ha puesto como Juez de vivos y muertos. Todos los profetas habían hablado ya de Jesús y habían dicho que quienes creen en él reciben por su mediación el perdón de los pecados”.
Col 3,1-4
Hermanos, ya que habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Pensad en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Pues vosotros habéis muerto, y ahora vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cristo es vuestra vida. Cuando él aparezca, vosotros también apareceréis con él y tendréis parte en su gloria.
Jn 20,1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Corrió entonces a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: “¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas, y vio además que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó. Y es que todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar.

Preparación: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una cuaresma sin Pascua”. Así ha escrito el Papa Francisco en su exhortación La Alegría del Evangelio (n.6). La Cuaresma nos ha ido preparando para aceptar  la cruz de Jesucristo y para seguirle por el camino. El tiempo de Pascua nos ha de ayudar a vivir con el Señor una vida resucitada. Así lo canta el himno: “Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!, despierta tú que duermes, y el Señor te alumbrará”.

Lectura: Durante el tiempo de Pascua vamos a leer el libro de los Hechos de los Apóstoles. El discurso de Pedro que hoy se lee no es una lección sobre ideas abstractas. Es un testimonio de vida: “Nosotros comimos y bebimos con él después que resucitó, y él nos envió a anunciar al pueblo que Dios le ha puesto como Juez de vivos y muertos”. También el evangelio nos refiere el testimonio de Pedro y el discípulo amado del Señor. No encontraron a Jesús en el sepulcro. La constatación de la ausencia del Señor motiva el crecimiento en la fe. Si el Señor no está entre los muertos, eso implica que su vida entera ha de ser releída con ojos de fe.

Meditación: La carta a los Colosenses contiene una exhortación a vivir  como resucitados: “Hermanos, ya que habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Pensad en las cosas del cielo, no en las de la tierra”. De hecho, por el bautismo hemos muerto a una vida de pecado y a un mundo de pecado.   Cristo es ya ahora nuestra vida. Pero, además,  su vida es semilla y promesa de una vida sin término: “Cuando él aparezca,  vosotros también apareceréis con él y tendréis parte en su gloria”.

Oración: Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, te damos gracias porque con tu resurrección  renuevas  en nosotros el don de la fe y nos ayudas a vivir en la esperanza, que es fortalecida por el amor. Amén. Aleluya.

Contemplación: Hoy contemplamos el sepulcro vacío de Jesús. Nos llama la atención que el evangelio repita tantas veces que tanto María Magdalena como los dos discípulos “vieron” el sepulcro vacío y las vendas que habían envuelto el cuerpo de Jesús.  También nosotros en este día de Pascua somos invitados a “ver” con los ojos de la fe el misterio del Señor Resucitado. Y repetimos una y otra vez uno de los himnos pascuales: “La mañana celebra tu resurrección y se alegra con claridad de Pascua. Se levanta la tierra, como un joven discípulo en tu búsqueda, sabiendo que el sepulcro está vacío ”.

Acción: Releemos con atención el texto del evangelio que hoy se proclama y también la             “secuencia” que precede a su lectura en la celebración de la Eucaristía.
                                                                               José-Román Flecha Andrés