viernes, 20 de mayo de 2016

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD C

REFLEXIÓN - FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD 22 de mayo de 2016

   MISERICORDIA Y SABIDURÍA

“El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas”  (Prov 8,22). Esas palabras del libro bíblico de los Proverbios se refieren a la Sabiduría de Dios. Personificada, ella canta sus orígenes y proclama su papel en la creación de los mundos.
En este himno estupendo, la Sabiduría va evocando las obras admirables que salen de las manos de Dios.  Todo ha sido creado con una sabiduría que, en realidad, se identifica con el amor, la providencia y la misericordia de Dios.
En este poema hay una idea que nos llama especialmente la atención. No es la Sabiduría la que dirige a Dios. Ella ha sido también formada por Dios. Es más, ella asiste al comienzo de los mundos no como una maestra. Estaba junto a Dios “como aprendiz”. Y, al mismo tiempo, “gozaba con los hijos de los hombres”. La Sabiduría es puente que nos une a Dios. 

ENTREGA Y DONACIÓN

La carta de San Pablo a los Romanos nos lleva a pensar que ese puente es Jesucristo. Por él estamos unidos a Dios. Y por medio de él hemos recibido la fe y la esperanza, Pero aún hay algo más, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5).
He ahí que, de pronto, se abre ante nuestros ojos el misterio de la Trinidad de Dios. El Padre es Dios. El Hijo es Dios. El Espíritu Santo es Dios. No son tres dioses. Es la maravilla de la comunidad de Dios. El Dios de la paz, nos hace justos por medio de Jesucristo y derrama sobre nosotros el amor por medio del Espíritu. La Trinidad es dinamismo, actividad y entrega.
El evangelio que se proclama en esta fiesta de la Santísima Trinidad (Jn 16,12-15) nos lleva una vez más al contexto de la última cena. El mensaje de Jesús nos remite a su origen: “Todo lo que tiene el Padre es mío”. El Espíritu tomará de lo que pertenece a ambos y se lo comunicará a los discípulos. La Trinidad se hace donación y enseñanza, verdad y vida.

LA ÚLTIMA LECCIÓN

Como buen Maestro, Jesús dice a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena”. ¿Qué nos dicen estas palabras?
 • En primer lugar, nos enseñan que aceptar el mensaje de Jesús requiere una preparación por parte del oyente. El Señor ha previsto una pedagogía especial para que pueda ser escuchado, aceptado y vivido.
•  En segundo lugar, se nos presenta el Espíritu de la Verdad. Con eso aprendemos que nuestras verdades no siempre son fáciles de creer, de proclamar y de vivir. La fe es un don, pero ese don supone una preparación y exige una respuesta.
• En tercer lugar, se nos anuncia la posibilidad y la alegría de llegar a la verdad plena. Así descubrimos que nuestra vida ha de estar marcada por la esperanza. Vamos haciendo camino, guiados por la luz del Espíritu que nos descubre la sabiduría y la misericordia  de Dios.
- Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu santo, ahora y por la eternidad de gloria que nos ha sido prometida. Amén. 
                                                                  José-Román Flecha Andrés

CADA DÍA SU AFÁN 21.5.2016

                                         
PIEDAD CON LOS ANIMALES

El Papa Francisco ofrece casi todos los días un nuevo titular a los noticiarios. En su audiencia pública del sábado 14 de mayo estaba hablando sobre la virtud de la piedad. Esa misericordia con la que fijamos nuestra atención en las necesidades concretas de la persona. En su discurso incluyó un párrafo que en pocos minutos sería citado en todo el mundo:
“La piedad no se debe confundir con la compasión que sentimos por los animales que viven con nosotros; sucede, de hecho, que a veces se siente esto hacia los animales, y se permanece indiferente hacia el sufrimiento de los hermanos. Cuántas veces vemos gente muy unida a los gatos, a los perros, y después no ayudan con el hambre del vecino, la vecina, ¿eh? No, no. ¿De acuerdo?”
Inmediatamente han surgido voces que critican al Papa por su falta de compasión hacia los animales. Esas críticas son injustas. Por una parte, esa idea se encontraba ya en la encíclica “Laudato si’”, sobre el respeto a la casa común. Allí dice el Papa Francisco:
No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente” (LS 91).
Para ilustrar esta idea, el Papa recuerda a San Francisco de Asís, que alaba a Dios por las criaturas y también por aquellos que perdonan por su amor. En realidad “todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la sociedad” (LS 91).
Pero esa conexión ha de verse también desde el otro lado. Por eso, añadía el Papa en la misma encíclica: “También es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana” (LS 92).
Es bueno reflexionar sobre ese trípode que vincula al ser humano con los animales, con las demás personas y con el Dios del amor y de la vida. La ignorancia de una de esas relaciones tiene inmediatas consecuencias sobre las demás. El relato bíblico del paraíso nos ilustra sobre esa responsabilidad.  La ruptura con uno de esos polos significa y comporta un lamentable desgarrón en la armonía a la que todos somos invitados. 
                                                                                José-Román Flecha Andrés

domingo, 8 de mayo de 2016

FIESTA DE PENTECOSTÉS C

REFLEXIÓN - FIESTA DE PENTECOSTÉS C15 de mayo de 2016.

EL VENDAVAL DEL ESPÍRITU

 “Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”    (Hech 2, 11).  Esa es la exclamación que recorre las calles de Jerusalén cuando los discípulos salen del salón donde han sido sorprendido por el vendaval del Espíritu de Dios.
Antes eran tímidos y ahora son valientes. Antes estaban dominados por el miedo a los jefes de los judíos, pero ahora exponen con energía la obra y la palabra de Jesús de Nazaret. Antes estaban acobardados por la muerte ignominiosa de su Maestro. Ahora dan un convencido testimonio de la resurrección de su Señor.
La ciudad está llena de peregrinos llegados de todas las naciones del mundo conocido. Y todos entienden el mensaje. Babel había marcado el desastre de la confusión de las lenguas. Jerusalén inicia el milagro de la comprensión universal. Babel era el orgullo, la altanería el endiosamiento. Pentecostés es el paso del Espíritu, la obediencia de la fe y la era del amor.

TRES DONES

“Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra (Sal 103). Con razón el salmo expresa el anhelo más profundo del corazón humano. El anhelo de la vida. El orante de la primera alianza busca y espera recibir el don más precioso e inefable del Espíritu de Dios. Ese Espíritu que el orante de la nueva alianza confiesa como “Señor y dador de vida”.
Junto al don de la vida, los cristianos valoramos y pedimos otro don igualmente precioso: el de la unidad. En la nueva comunidad, todos nos reconocemos como miembros de un mismo cuerpo. Todos somos útiles y necesarios. Todos somos iguales en dignidad. “Todos hemos bebido de un solo Espíritu”, como nos recuerda san Pablo (1 Cor 12, 13).
Todavía hay un tercer don que agradecemos y tratamos de recordar cada día: el don del envío. El Señor resucitado abre ante nuestros ojos un horizonte universal.  “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. (Jn 20, 21)

TRES NOTAS

El Evangelio de Juan que se proclama en esta fiesta de Pentecostés (Jn 29, 19-23) nos recuerda tres notas importantes de este don del envío del Señor:
 • “Recibid el Espíritu Santo”. No podríamos recorrer los caminos del mundo si no fuéramos movidos por su vendaval. No acertaríamos a transmitir las palabras del Señor. No llegaríamos a hacer visible su presencia sin la gracia del Espíritu.  
• “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”.  El Señor es el rostro de la misericordia de Dios. Pero ha querido confiar a sus apóstoles el tesoro de su perdón. Que el espíritu nos haga testigos del amor y la ternura de Dios.
• “A quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Más asombrosa que la autoridad de perdonar es la responsabilidad de retener el perdón cuando los corazones se endurecen. Que el Espíritu nos conceda la gracia del discernimiento y del buen consejo.    
- “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo… Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrima y reconforta en los duelos”. Amén.
                                                                    José-Román Flecha Andrés



CADA DÍA SU AFÁN 14 de mayo de 2016

   PABLO VI Y MARÍA
 En algunos países del hemisferio norte dedicamos el mes de mayo a María, la Madre de Jesús. Es un deleite evocar algunas de las reflexiones que sobre ella compartía Pablo VI con los fieles en los dos primeros años de su pontificado.
1. El miércoles 14 de agosto de 1963, víspera de la fiesta de la Asunción de María a los cielos, Pablo VI explicaba a los peregrinos que el culto a María es “introducción y consecuencia del culto único y supremo que debemos a Jesucristo”. Es, además,  “garantía de nuestra fe en sus misterios y en su misión”. Y, finalmente, es “expresión de nuestra adhesión a la Iglesia, que tiene a María como su hija más santa y más bella y que encuentra en María su imagen ideal”.
Según el Papa, “todo esto nos llena de gozo y de esperanza y nos enseña a imitar a nuestra Señora en sus virtudes, tan sublimes como humanas, y sobre todo en la virtud de la fe y de la aceptación de la Palabra de Dios, que inicia en nuestras almas la vida de Cristo”.
2. En la audiencia general del miércoles 27 de mayo de 1964, Pablo VI  menciona las reflexiones que el Concilio estaba dedicando a la relación entre María y la Iglesia. Y añade que “en María, llena de gracia, encontramos todas las riquezas que la Iglesia representa, posee y dispensa; en María tenemos sobre todo la madre virginal de Cristo, y en la Iglesia, la madre virginal de  los cristianos”. Según san Agustín, “María engendró físicamente la cabeza del cuerpo místico, y la Iglesia engendra espiritualmente los miembros de aquella cabeza”, que es Cristo.
3. En la audiencia del día 7 de octubre de 1964, fiesta del Santo Rosario, Pablo VI cita   unas hermosas palabras de San Cirilo de Alejandría: «Por ti (Maria), los Apóstoles predicaron a los pueblos la doctrina de la salvación; por ti la santa Cruz es alabada y adorada en el mundo entero; por ti los demonios son rechazados, y el hombre es llamado al cielo; por ti toda criatura, asediada por los errores y por la idolatría, es reconducida al conocimiento de la verdad; por ti los fieles han venido al bautismo y en todas las partes del mundo han sido fundadas las Iglesias».
4. En la audiencia general del 18 de noviembre de 1964  Pablo VI anuncia a los peregrinos que  terminará la tercera sesión del Concilio con la alegría de reconocer a María el título de Madre de la Iglesia. “Será este un título que nos ayudará a celebrar a María Santísima como amorosa reina del mundo, centro materno de la unidad, piadosa esperanza de nuestra salvación”.
A algunos les pareció un gesto para satisfacer al grupo que no había visto recogidas por el Concilio sus esperanzas de dedicar a María un documento propio. En estos años hemos valorado más y más aquella decisión. El reconocimiento de la vinculación de María a la Iglesia ha sido más fecundo de lo que se esperaba.
                                                      José-Román Flecha Andrés