Andrés T. Queiruga: "La actitud de Francisco es una auténtica revolución, un vendaval de Espíritu renovador"
"A partir de Juan Pablo II la desactivación del Concilio se convirtió en programa"
José Manuel Vidal, 13 de julio de 2013 a las 10:25
Tomado a la letra, no serían posibles precisamente ni un papa polaco ni uno alemán. Por fortuna la primera iglesia comprendió bien el alcance biográfico de esa limitación y abrió el apostolado a los extranjeros... y a las mujeres
Recursos en la web
(José Manuel Vidal).- Se encuentra ilusionado ante la "nueva etapa" en la Iglesia con el nombramiento de Francisco. "Los que hemos vivido la explosión conciliar, con su luminoso sentido de liberación y esperanza, sentimos de nuevo aquel aire en el rostro", explica Andrés Torres Queiruga. El prestigioso teólogo gallego acaba de publicar "La teología después del Vaticano II", el quinto libro de la colección RD en Herder. Y, entretanto, cree que la gran revolución de Francisco vendrá de " realizar dentro de la iglesia, en un círculo sagrado, la renovación del poder desde el poder".
¿Se puede decir que el postconcilio fue la época dorada de la teología?
No época dorada, sino época de esperanza y renovación. Para comprenderlo, conviene echar una ojeada a la historia de la teología, sobre todo a partir del Renacimiento. El humanismo cristiano (Erasmo, Vives, Moro...) fue una oportunidad magnífica para la iglesia: la posibilidad de continuar manteniendo el paso de la sociedad y la cultura. El fermento evangélico nunca se volvió insustancial, perdiendo toda su fuerza. Pero la deriva que se impuso fue la de resistencia a lo nuevo. Como dijo hace ya mucho tiempo Congar, se impusieron las restauraciones. La última oportunidad a gran escala aconteció con la crisis modernista: algunas soluciones no eran acertadas, pero las preguntas y los problemas siguen en gran parte siendo los nuestros. Después fue la pugna entre renovación -patrística, exégesis, liturgia, pastoral-y la prohibición y represión oficial. El episodio más reciente fue la descalificación de la Nouvelle Théologie, en 1950. Nada indica mejor lo que supuso el Vaticano II que recordar que los condenados entonces fueron después sus grandes protagonistas.
"Concilio cargado de promesas y expuesto a decepciones", dice usted. ¿Por qué el Concilio y su aplicación separó tanto en vez de unir?
Promesas ante todo, y muy reales. Porque, por fin, se abrían las compuertas de inquietudes largamente represadas. La teología y con ella la iglesia pudo respirar aires de esperanza y de apertura al futuro. Mucho de lo que no tenía otra oportunidad que ser dicho en voz muy baja o incluso bajo seudónimo, fue acogido, proclamado y recomendado por el Concilio. Fue una explosión de espíritu, del Espíritu. Pero, como sucede siempre en todas las renovaciones, el cambio produce resistencias y conflictos; acaso más -como dijera ya Newman y recordó Ratzinger-- en las renovaciones conciliares, porque éstas tocan lo más hondo, lo sagrado. Los que no comprenden, o porque no pueden o porque no quieren, se resisten; y cuando tienen poder, lo imponen. Resistencias las hubo, y muy fuertes, durante el Concilio. Después fueron afirmándose cada vez más, mediante el control y la prohibición, esquivando tozudamente el diálogo: un estilo que ya parecía olvidado, que ha sido la rémora --me atrevería a decir el cáncer- más grave de la vida eclesial y del pensamiento teológico. Porque eso paraliza la vida de la Palabra -que, testigo Isaías, no quiere volver al cielo sin fecundar cada época y cada cultura- y hace que la Iglesia aparezca como ajena al mundo, como portadora de una mala noticia en lugar de un "eu-angellion", de una buena nueva.
¿Desde la llegada al solio pontificio de Juan Pablo II comenzó la desactivación del Concilio?
En realidad, los gérmenes estaban ya en ciertas actitudes del mismo Pablo VI (por lo demás, un papa de conscientes, auténticas y profundas convicciones democráticas). Pero cabe afirmar que a partir de Juan Pablo II la desactivación se convirtió en programa. No dudo de que en su intención estaba "salvar el concilio", pero objetivamente la suya fue una paralización de la cual costará muchos años poder salir. Sobre todo porque duró mucho, hasta el gesto inesperado de Benedicto XVI: una renuncia que a un tiempo le honra y demuestra la equivocación de ese diagnóstico.
¿Descongelar el Concilio puede ser la base o el programa de la reformas esperadas del Papa Francisco?
Han pasado 50 años. La descongelación es ciertamente imprescindible. Pero como un primer paso, porque, gracias a Dios, a pesar de todo ni la teología ni la vida eclesial estuvieron paralizadas y, contra viento y marea, se ha avanzado en muchos aspectos. Lo que hace falta es confirmar los avances y continuarlos. Creo que la perspectiva adquirida nos pone en condicione de hacerlo con más serenidad, más equilibrio y más espíritu de diálogo. En este sentido, nunca agradeceremos bastante al papa Francisco el hecho "simple y elemental" de haber acabado, casi de golpe, con todo un estilo de gobierno desde el aislamiento solemne y del poder incuestionable.
¿Cómo salir de la "grave desafección interna" en cuanto a la moral? O, ¿cómo pasar "de la moral religiosa a la vivencia religiosa de la moral?
Ese es un capítulo fundamental, que, en mi parecer, por no haberse renovado debidamente, está costando toneladas de prestigio eclesial y millones de abandonos. Con la moral está pendiente la revolución que -fuera de restos nostálgicos-ya se ha hecho con la ciencia: reconocer su autonomía en los contenidos y así liberar a la iglesia para ejercer su verdadera misión en la moral: la de fundamentación y animación desde la confianza en un Dios que, creándonos por amor, nos apoya en la dura pero gloriosa tarea de realizarnos humanamente, en autenticidad personal y convivencia fraterna. Lo que intento decir se entiende con un ejemplo: el papel de un padre no es dictarle a un hijo adulto qué es lo que tiene que hacer, pero está en su auténtico papel cuando lo anima y lo apoye a que sea auténtico, que cumpla con aquello que reconoce como deber, aunque pueda costarle mucho. Aquí radica el verdadero -y fecundo-valor del rol de la iglesia en la moral: de modo directo para sus fieles, y como oferta en diálogo para los que no lo son. Por ahí va también la doble afirmación de Habermas: que la iglesia tiene derecho a intervenir en el diálogo público acerca de las cuestiones éticas, pero que debe intervenir con argumentos éticos, no directamente religiosos.
¿Es posible aprobar la "asignatura pendiente" de la democratización eclesial?
Posible es. Y necesario también. Pero difícil, aunque tengo esperanza de que se hará, por la fuerza de la verdad evangélica -el que manda sirva, el primero sea el último- y por la presión cultural: una iglesia actualizada no puede vivir con esquemas autoritarios en una cultura, que, pese a los abusos, ha adoptado convicciones democráticas. Está pendiente la asignatura decisiva: comprender que el "origen divino del poder" viene de Dios ciertamente; pero viene a través de la comunidad. A pesar de que san Pablo hablaba del emperador --"toda autoridad viene de Dios" (Rm 131)--, la teología, sobre todo con Suárez y Belarmino, lo aclaró respecto del poder político contra los privilegios y abusos del "derecho divino de los reyes". Pero no se hizo -todavía-así respecto de la Iglesia, donde la aplicación resulta más obvia evidente, pues desde la fe sabemos que toda ella está habitada y vivificada por el Espíritu.
¿El "omnímodo poder papal" es evidente, una vez más, con Francisco, que con sus gestos está imprimiendo una nueva dinámica a toda la Iglesia?
Su actitud está suponiendo una auténtica revolución, un vendaval de espíritu -de Espíritu- renovador. Está creando las condiciones para las renovaciones concretas que están pendientes. La culminación sería que ya en su vida fuese posible llevar a cabo la paradoja de realizar dentro de la iglesia, en un círculo sagrado, la renovación del poder desde el poder: que el "omnimodo poder papal" -"la sede suprema no puede ser juzgada por nadie"- se transforme a sí mismo, decretando jurídicamente que también él está dentro de la iglesia, a través de la cual se recibe y dentro de la cual debe realizarse en comunión universal y diálogo fraterno. La Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium) lo ha proclamado como principio fundante en su capítulo segundo, al definir todo oficio como servicio dentro de la comunidad.
Propone usted el modelo de la vida religiosa para los cargos en la Iglesia.
Ese es un capítulo no debidamente valorado. Antes incluso, siglos antes, que en la sociedad civil, las órdenes religiosas comprendieron que el modo más evangélico y realista de gobierno era mediante la elección y la duración temporal de los cargos de gobierno. Creo que esto urge para los cargos jerárquicos en la iglesia, si, fiel al evangelio, quiere mantener el paso de una historia en ritmo acelerado. De hecho, la norma del retiro a los 75 años es ya un claro comienzo. Tímido, sin duda, pero, sobre todo, un reconocimiento de la legitimidad de principio, como a su modo acaba de serlo la renuncia de Benedicto XVI.
Vuelven los pobres y la Teología de la Liberación. ¿Lo que hace unos meses decían algunos teólogos como usted y eran declarados casi herejes, ahora lo dice el propio Papa?
Es el cambio de clima. La renovación desde los cimientos. El florecer de los frutos que estaban ya ahí, en germinación fecunda y fermentación evangélica. Evidente para la teología de la liberación. Creo que también, en general, para la teología y las iniciativas eclesiales.
¿Por qué se cae por su peso el argumento contra la ordenación sacerdotal femenina de que "Jesús sólo escogió apóstoles varones"?
Pues, justamente por su peso. Los exegetas llevan tiempo diciendo que no hay motivos bíblicos para esa negativa. Y yo insistiría en uno que no suele citarse, al menos con debido énfasis. Si hubiese algún argumento que pudiera merecer unos segundos de consideración, no sería que en el círculo de los apóstoles no había ninguna mujer, pues eso tiene una evidente explicación en la sociología del tiempo. Sería más bien, el hecho de que no había ningún extranjero, porque esto sí que -en una interpretación fundamentalista- podría enlazar con la clara decisión de Jesús de limitar a Israel su apostolado y el de los discípulos. Tomado a la letra, no serían posibles precisamente ni un papa polaco ni uno alemán. Por fortuna la primera iglesia comprendió bien el alcance biográfico de esa limitación y abrió el apostolado a los extranjeros... y a las mujeres.
¿Le ilusiona esta nueva etapa eclesial?
Mucho. Los que hemos vivido la explosión conciliar, con su luminoso sentido de liberación y esperanza, sentimos de nuevo aquel aire en el rostro. A la sensación de parálisis sigue un bullir de sangre nueva e inquietud vital, tras el tiempo de invierno hay germinar de primavera.
¿Dejarán a Francisco plasmar su revolución tranquila?
Tranquila, tranquila no podrá ser. Pero este papa es un pastor y tiene experiencia de gobierno. Va a la vida, a la animación de la comunidad, a la unión de las iglesias, a la llamada al mundo para luchar contra el hambre y la pobreza. No tiene, ni las precisa, ínfulas de teólogo y por eso respetará la autonomía de las diversas funciones y carismas en la iglesia.
¿Cómo ayudar en esa tarea al Papa?
Incluyéndose, cada uno y cada una desde su puesto y desde sus capacidades, en el movimiento iniciado por él. Hacer de la iglesia un pueblo vivo, fraternalmente inserto en un mundo en cambio, a cuyo futuro pueda contribuir con el mensaje evangélico. Un mensaje cargado de sentido y esperanza, que, si sabemos vivirlo en autenticidad y libertad hacia dentro, puede resultar contagioso como oferta a un mundo que lo necesita como el pan de cada día.
¿Qué opina de la encíclica "Lumen fidei"?
Se trata de un fenómeno "raro". No sé si deseable, pues un retiro es un retiro y punto, como diría Fraga. En todo caso, honra al papa Francisco, que muestra humildad y deseo de evitar cualquier apariencia de protagonismo personalista y, menos, de ruptura institucional. En cuanto al contenido, fuera de los pequeños añadidos --que habría que conocer con exactitud-- es puro Ratzinger. Posiblemente no del mejor teólogo Ratzinger: veo la encíclica demasiado extrinsecista en las relaciones fe-razón, continúa con poca apertura el diálog entre las religiones, queda dolorosamente unilateral en las relaciones entre el Magisterio y la teología y sigue con un modo poco actualizado de leer la Biblia. No quisiera, con todo, desconocer su búsqueda de una visión integral, redondeando las dos encíclicas anteriores, a veces con formulaciones verdaderamente acertadas y cierta apertura al mundo del pensamiento secular.
¿Se puede decir que el postconcilio fue la época dorada de la teología?
No época dorada, sino época de esperanza y renovación. Para comprenderlo, conviene echar una ojeada a la historia de la teología, sobre todo a partir del Renacimiento. El humanismo cristiano (Erasmo, Vives, Moro...) fue una oportunidad magnífica para la iglesia: la posibilidad de continuar manteniendo el paso de la sociedad y la cultura. El fermento evangélico nunca se volvió insustancial, perdiendo toda su fuerza. Pero la deriva que se impuso fue la de resistencia a lo nuevo. Como dijo hace ya mucho tiempo Congar, se impusieron las restauraciones. La última oportunidad a gran escala aconteció con la crisis modernista: algunas soluciones no eran acertadas, pero las preguntas y los problemas siguen en gran parte siendo los nuestros. Después fue la pugna entre renovación -patrística, exégesis, liturgia, pastoral-y la prohibición y represión oficial. El episodio más reciente fue la descalificación de la Nouvelle Théologie, en 1950. Nada indica mejor lo que supuso el Vaticano II que recordar que los condenados entonces fueron después sus grandes protagonistas.
"Concilio cargado de promesas y expuesto a decepciones", dice usted. ¿Por qué el Concilio y su aplicación separó tanto en vez de unir?
Promesas ante todo, y muy reales. Porque, por fin, se abrían las compuertas de inquietudes largamente represadas. La teología y con ella la iglesia pudo respirar aires de esperanza y de apertura al futuro. Mucho de lo que no tenía otra oportunidad que ser dicho en voz muy baja o incluso bajo seudónimo, fue acogido, proclamado y recomendado por el Concilio. Fue una explosión de espíritu, del Espíritu. Pero, como sucede siempre en todas las renovaciones, el cambio produce resistencias y conflictos; acaso más -como dijera ya Newman y recordó Ratzinger-- en las renovaciones conciliares, porque éstas tocan lo más hondo, lo sagrado. Los que no comprenden, o porque no pueden o porque no quieren, se resisten; y cuando tienen poder, lo imponen. Resistencias las hubo, y muy fuertes, durante el Concilio. Después fueron afirmándose cada vez más, mediante el control y la prohibición, esquivando tozudamente el diálogo: un estilo que ya parecía olvidado, que ha sido la rémora --me atrevería a decir el cáncer- más grave de la vida eclesial y del pensamiento teológico. Porque eso paraliza la vida de la Palabra -que, testigo Isaías, no quiere volver al cielo sin fecundar cada época y cada cultura- y hace que la Iglesia aparezca como ajena al mundo, como portadora de una mala noticia en lugar de un "eu-angellion", de una buena nueva.
¿Desde la llegada al solio pontificio de Juan Pablo II comenzó la desactivación del Concilio?
En realidad, los gérmenes estaban ya en ciertas actitudes del mismo Pablo VI (por lo demás, un papa de conscientes, auténticas y profundas convicciones democráticas). Pero cabe afirmar que a partir de Juan Pablo II la desactivación se convirtió en programa. No dudo de que en su intención estaba "salvar el concilio", pero objetivamente la suya fue una paralización de la cual costará muchos años poder salir. Sobre todo porque duró mucho, hasta el gesto inesperado de Benedicto XVI: una renuncia que a un tiempo le honra y demuestra la equivocación de ese diagnóstico.
¿Descongelar el Concilio puede ser la base o el programa de la reformas esperadas del Papa Francisco?
Han pasado 50 años. La descongelación es ciertamente imprescindible. Pero como un primer paso, porque, gracias a Dios, a pesar de todo ni la teología ni la vida eclesial estuvieron paralizadas y, contra viento y marea, se ha avanzado en muchos aspectos. Lo que hace falta es confirmar los avances y continuarlos. Creo que la perspectiva adquirida nos pone en condicione de hacerlo con más serenidad, más equilibrio y más espíritu de diálogo. En este sentido, nunca agradeceremos bastante al papa Francisco el hecho "simple y elemental" de haber acabado, casi de golpe, con todo un estilo de gobierno desde el aislamiento solemne y del poder incuestionable.
¿Cómo salir de la "grave desafección interna" en cuanto a la moral? O, ¿cómo pasar "de la moral religiosa a la vivencia religiosa de la moral?
Ese es un capítulo fundamental, que, en mi parecer, por no haberse renovado debidamente, está costando toneladas de prestigio eclesial y millones de abandonos. Con la moral está pendiente la revolución que -fuera de restos nostálgicos-ya se ha hecho con la ciencia: reconocer su autonomía en los contenidos y así liberar a la iglesia para ejercer su verdadera misión en la moral: la de fundamentación y animación desde la confianza en un Dios que, creándonos por amor, nos apoya en la dura pero gloriosa tarea de realizarnos humanamente, en autenticidad personal y convivencia fraterna. Lo que intento decir se entiende con un ejemplo: el papel de un padre no es dictarle a un hijo adulto qué es lo que tiene que hacer, pero está en su auténtico papel cuando lo anima y lo apoye a que sea auténtico, que cumpla con aquello que reconoce como deber, aunque pueda costarle mucho. Aquí radica el verdadero -y fecundo-valor del rol de la iglesia en la moral: de modo directo para sus fieles, y como oferta en diálogo para los que no lo son. Por ahí va también la doble afirmación de Habermas: que la iglesia tiene derecho a intervenir en el diálogo público acerca de las cuestiones éticas, pero que debe intervenir con argumentos éticos, no directamente religiosos.
¿Es posible aprobar la "asignatura pendiente" de la democratización eclesial?
Posible es. Y necesario también. Pero difícil, aunque tengo esperanza de que se hará, por la fuerza de la verdad evangélica -el que manda sirva, el primero sea el último- y por la presión cultural: una iglesia actualizada no puede vivir con esquemas autoritarios en una cultura, que, pese a los abusos, ha adoptado convicciones democráticas. Está pendiente la asignatura decisiva: comprender que el "origen divino del poder" viene de Dios ciertamente; pero viene a través de la comunidad. A pesar de que san Pablo hablaba del emperador --"toda autoridad viene de Dios" (Rm 131)--, la teología, sobre todo con Suárez y Belarmino, lo aclaró respecto del poder político contra los privilegios y abusos del "derecho divino de los reyes". Pero no se hizo -todavía-así respecto de la Iglesia, donde la aplicación resulta más obvia evidente, pues desde la fe sabemos que toda ella está habitada y vivificada por el Espíritu.
¿El "omnímodo poder papal" es evidente, una vez más, con Francisco, que con sus gestos está imprimiendo una nueva dinámica a toda la Iglesia?
Su actitud está suponiendo una auténtica revolución, un vendaval de espíritu -de Espíritu- renovador. Está creando las condiciones para las renovaciones concretas que están pendientes. La culminación sería que ya en su vida fuese posible llevar a cabo la paradoja de realizar dentro de la iglesia, en un círculo sagrado, la renovación del poder desde el poder: que el "omnimodo poder papal" -"la sede suprema no puede ser juzgada por nadie"- se transforme a sí mismo, decretando jurídicamente que también él está dentro de la iglesia, a través de la cual se recibe y dentro de la cual debe realizarse en comunión universal y diálogo fraterno. La Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium) lo ha proclamado como principio fundante en su capítulo segundo, al definir todo oficio como servicio dentro de la comunidad.
Propone usted el modelo de la vida religiosa para los cargos en la Iglesia.
Ese es un capítulo no debidamente valorado. Antes incluso, siglos antes, que en la sociedad civil, las órdenes religiosas comprendieron que el modo más evangélico y realista de gobierno era mediante la elección y la duración temporal de los cargos de gobierno. Creo que esto urge para los cargos jerárquicos en la iglesia, si, fiel al evangelio, quiere mantener el paso de una historia en ritmo acelerado. De hecho, la norma del retiro a los 75 años es ya un claro comienzo. Tímido, sin duda, pero, sobre todo, un reconocimiento de la legitimidad de principio, como a su modo acaba de serlo la renuncia de Benedicto XVI.
Vuelven los pobres y la Teología de la Liberación. ¿Lo que hace unos meses decían algunos teólogos como usted y eran declarados casi herejes, ahora lo dice el propio Papa?
Es el cambio de clima. La renovación desde los cimientos. El florecer de los frutos que estaban ya ahí, en germinación fecunda y fermentación evangélica. Evidente para la teología de la liberación. Creo que también, en general, para la teología y las iniciativas eclesiales.
¿Por qué se cae por su peso el argumento contra la ordenación sacerdotal femenina de que "Jesús sólo escogió apóstoles varones"?
Pues, justamente por su peso. Los exegetas llevan tiempo diciendo que no hay motivos bíblicos para esa negativa. Y yo insistiría en uno que no suele citarse, al menos con debido énfasis. Si hubiese algún argumento que pudiera merecer unos segundos de consideración, no sería que en el círculo de los apóstoles no había ninguna mujer, pues eso tiene una evidente explicación en la sociología del tiempo. Sería más bien, el hecho de que no había ningún extranjero, porque esto sí que -en una interpretación fundamentalista- podría enlazar con la clara decisión de Jesús de limitar a Israel su apostolado y el de los discípulos. Tomado a la letra, no serían posibles precisamente ni un papa polaco ni uno alemán. Por fortuna la primera iglesia comprendió bien el alcance biográfico de esa limitación y abrió el apostolado a los extranjeros... y a las mujeres.
¿Le ilusiona esta nueva etapa eclesial?
Mucho. Los que hemos vivido la explosión conciliar, con su luminoso sentido de liberación y esperanza, sentimos de nuevo aquel aire en el rostro. A la sensación de parálisis sigue un bullir de sangre nueva e inquietud vital, tras el tiempo de invierno hay germinar de primavera.
¿Dejarán a Francisco plasmar su revolución tranquila?
Tranquila, tranquila no podrá ser. Pero este papa es un pastor y tiene experiencia de gobierno. Va a la vida, a la animación de la comunidad, a la unión de las iglesias, a la llamada al mundo para luchar contra el hambre y la pobreza. No tiene, ni las precisa, ínfulas de teólogo y por eso respetará la autonomía de las diversas funciones y carismas en la iglesia.
¿Cómo ayudar en esa tarea al Papa?
Incluyéndose, cada uno y cada una desde su puesto y desde sus capacidades, en el movimiento iniciado por él. Hacer de la iglesia un pueblo vivo, fraternalmente inserto en un mundo en cambio, a cuyo futuro pueda contribuir con el mensaje evangélico. Un mensaje cargado de sentido y esperanza, que, si sabemos vivirlo en autenticidad y libertad hacia dentro, puede resultar contagioso como oferta a un mundo que lo necesita como el pan de cada día.
¿Qué opina de la encíclica "Lumen fidei"?
Se trata de un fenómeno "raro". No sé si deseable, pues un retiro es un retiro y punto, como diría Fraga. En todo caso, honra al papa Francisco, que muestra humildad y deseo de evitar cualquier apariencia de protagonismo personalista y, menos, de ruptura institucional. En cuanto al contenido, fuera de los pequeños añadidos --que habría que conocer con exactitud-- es puro Ratzinger. Posiblemente no del mejor teólogo Ratzinger: veo la encíclica demasiado extrinsecista en las relaciones fe-razón, continúa con poca apertura el diálog entre las religiones, queda dolorosamente unilateral en las relaciones entre el Magisterio y la teología y sigue con un modo poco actualizado de leer la Biblia. No quisiera, con todo, desconocer su búsqueda de una visión integral, redondeando las dos encíclicas anteriores, a veces con formulaciones verdaderamente acertadas y cierta apertura al mundo del pensamiento secular.