EMIGRANTES Y REFUGIADOS
El domingo, día 18 de enero de 2015 se celebra la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. En su mensaje para esta jornada el Papa Francisco ha elegido un lema que evoca una idea muy querida por el Concilio Vaticano II: “Una Iglesia sin fronteras, madre de todos”.
El Papa sabe que “en una época de tan vastas migraciones, un gran número de personas deja sus lugares de origen y emprende el arriesgado viaje de la esperanza, con el equipaje lleno de deseos y de temores, a la búsqueda de condiciones de vida más humanas”.
La exhortación a acogerlas no nace de un oportunismo político o publicitario, sino de la misma fidelidad al evangelio. Jesús nos juzgará por nuestra capacidad para hospedarle a él en los que llegan a nosotros como forasteros (Mt 25,35-36). Misión de la Iglesia es acoger a Jesucristo en los más pobres y desamparados, como son los inmigrantes y los refugiados.
El Papa reconoce que los migraciones de hoy suscitan desconfianza y rechazo, también en las comunidades eclesiales. Pero “esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado”.
Sin embargo, hasta los medios más reticentes reconocen la gran labor que realiza la Iglesia Católica en la acogida y la ayuda a los inmigrantes que llegan a Europa o a los Estados Unidos de América. Lo mismo se puede decir respecto a los refugiados que abandonan sus casas en Irak o en Siria para evitar una muerte anunciada.
Pero no se trata solo de ofrecer una ayuda puntual, sino de promover un espíritu de fraternidad y de crear instituciones y estructuras que la reflejen en la práctica. Como escribe el Papa, “la Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad… alimenta, orienta e indica el camino, acompaña con paciencia, se hace cercana con la oración y con las obras de misericordia”.
Muchos emigrantes y refugiados, víctimas de la miseria, de la violencia y de la explotación, encuentran acogida precisamente en las instituciones de la Iglesia. Esta actitud es desconocida por los que no se atreven a ridiculizar al Islam por miedo a las armas y, entre tanto, prefieren dirigir sus burlas a la Iglesia Católica.
Una inmensa tarea se abre ante todos nosotros: evitar las causas que generan estos movimientos de masas, defender los derechos de las personas, luchar contra el tráfico de seres humanos y contra toda forma de violencia, vejación y esclavitud. “A la solidaridad con los emigrantes y los refugiados es preciso añadir la voluntad y la creatividad necesarias para desarrollar mundialmente un orden económico-financiero más justo y equitativo, junto con un mayor compromiso por la paz, condición indispensable para un auténtico progreso”.
Esta es la hora de pasar de la cultura de la tolerancia a “la cultura del encuentro, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno”.
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