LA ANCIANIDAD Y LA MEMORIA
El domingo 28 de septiembre de 2014 la Plaza de San
Pedro se llenó de miles de ancianos.
Habían llegado de todo el mundo para celebrar una jornada organizada por
el Pontificio Consejo para la Familia en honor de la tercera edad. Entre ellos
estaba también el Papa emérito Benedicto XVI.
El Papa Francisco comenzó afirmando que “la vejez es
un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamada: nos llama a
custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder, nos
llama a estar cerca de quien tiene necesidad…”
Su discurso se podría resumir en tres puntos que
reflejan la situación actual de los ancianos y una lamentable actitud social
ante ellos. En primer lugar recordaba a los ancianos que viven en el seno de la
familia. Es esta una ocasión de gracia, puesto que “los ancianos, los abuelos
tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles”.
Aludiendo al salmo 128,6 añadía el Papa que “a los
abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos, se les
ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia
de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una
sabiduría y la misma fe: ¡el legado más precioso!”
Ahora bien, otros ancianos viven en residencias. A ellas se refería el Papa Francisco
diciendo: “Bienvenidos los hogares para los ancianos… con tal de que sean verdaderos
hogares y no prisiones. ¡Y que sean para los ancianos y no para los intereses
de otro!” Como para aclarar su pensamiento, añadía a continuación: “No debe
haber instituciones donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos,
descuidados…”
Pero más interesante aún era la orientación pastoral
que sugería: “Las casas para ancianos deberían ser los pulmones de humanidad en
un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser los santuarios de
humanidad donde el viejo y el débil es cuidado y protegido como un hermano o
hermana mayor”.
En un tercer momento el Papa evocaba la categoría del
descarte, que recuerda con tanta frecuencia: “¡Cuántas veces se descarta a los
ancianos con actitudes de abandono que son una auténtica eutanasia a
escondidas! Es el efecto de una cultura del descarte que hace mucho mal a
nuestro mundo. Se descarta a los niños, se descarta a los jóvenes porque no
tienen trabajo, y se descarta a los ancianos con el pretexto de mantener un
sistema económico ‘equilibrado’, en cuyo centro no está la persona humana, sino
el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta venenosa cultura del
descarte!”
El equilibrio al que el Papa se refiere con evidente
ironía es, en realidad, el signo más claro de la pérdida de valores y del
desequilibrio moral de nuestra sociedad. Con razón pudo concluir diciendo “Un
pueblo que no custodia a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que no
tiene futuro… porque pierde la memoria y
se arranca sus propias raíces”.
José-Román Flecha Andrés
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