CORRUPCIÓN Y RESPONSABILIDAD
Un clamor unánime
critica la corrupción en que han caído muchas personas que debían dar ejemplo
de honradez y responsabilidad. Ante algunos que se han atrevido a pedir perdón,
se han alzado las voces de los que replican que la corrupción no es un pecado,
sino un delito.
Estos se parecen demasiado a los que
por no aceptar su pecado, se disculpan diciendo que ha sido sólo un error. Pero
esa distinción es verdadera solo a medias. Es cierto que el pecado es siempre
un error, por ser una traición a la verdad última del ser humano. Y es verdad
que el pecado puede ser un delito, cuando está sancionado por las leyes.
Por otra parte, también puede haber
errores que no son pecado, cuando no implican conocimiento, voluntariedad o
libertad en quien actúa. Y hay delitos que no son pecado, cuando son injustas
las leyes que prohíben una acción. Esconder a los judíos pudo ser un delito en
el régimen nazi, pero no era un pecado.
Este no es un
tema ajeno a la fe cristiana, que comporta el amor y el servicio a los demás.
Al referirse a la acción política, el Concilio Vaticano II afirmaba que “la
Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se
consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio”.
A continuación recordaba la responsabilidad de
todos los ciudadanos para que “eviten atribuir a la autoridad política todo
poder excesivo y no pidan al Estado de manera inoportuna ventajas o favores
excesivos, con riesgo de disminuir la responsabilidad de las personas, de las
familias y de las agrupaciones sociales”.
Ahora bien, el
texto conciliar no olvidaba tampoco recordar que “los partidos políticos deben
promover todo lo que a su juicio exige el bien común” y afirmaba a renglón
seguido que “nunca está permitido anteponer intereses propios al bien común”.
El Concilio nos
invitaba finalmente a “prestar gran
atención a la educación cívica y política”, de modo que quienes vayan a
“ejercer este arte tan difícil y tan noble que es la política, se preparen para
ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia
venal”.
Estas frases no
pertenecen exclusivamente a los teólogos y moralistas cristianos. El conocido
psicólogo norteamericano Karl Menninger ha afirmado rotundamente que el pecado
consiste hoy precisamente en la irresponsabilidad colectiva.
El pecado de la
corrupción no sólo afecta a los políticos. Son muchos los profesionales y los
ciudadanos que han olvidado su responsabilidad social por atender a sus
intereses particulares. La ley y la ética han de ayudarnos a todos a revisar
nuestros valores.
Habrá que promulgar leyes que impidan y
castiguen los abusos que a todos nos escandalizan. Pero también habrá que
favorecer y promover la educación en
valores morales, para que todos los ciudadanos percibamos la gravedad del mal y
no tratemos de eludir nuestra responsabilidad social.
José-Román Flecha
Andrés
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