viernes, 6 de marzo de 2015

REFLEXIÓN- DOMINGO 3º DE CUARESMA. B. 8 de marzo 2015

EL TEMPLO Y JESÚS

“Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí” (Éx 20,2). Así suena la introducción al Decálogo que, de parte de Dios, Moisés entrega al pueblo de Israel. Antes de enumerar los mandamientos, se recuerda la acción liberadora de Dios. La iniciativa ha venido de Él.
A la luz de ese recuerdo, los mandamientos se entienden como la respuesta humana a aquella iniciativa de Dios. Si el pueblo quiere ser libre habrá de tutelar los grandes valores morales, como la dignidad de la familia y de la vida humana, la armonía del matrimonio, la promoción de la justicia y el testimonio de la verdad. 
Pero, junto a esos valores humanos, que garantizan la paz y la convivencia social, hay que descubrir el valor de lo divino. Sólo Dios es Dios. Poner a las cosas o a las estructuras en el puesto de Dios es caer en el barranco de la idolatría.

ENTREGA Y PROMESA

En este tercer domingo de cuaresma se proclama un conocido relato del evangelio de Juan (Jn 2, 13-25). En vísperas de la fiesta de la Pascua, Jesús expulsa de  los pórticos del templo de Jerusalén a los mercaderes que venden bueyes, ovejas y palomas para los sacrificios y a los que cambiaban el dinero profano por las monedas aceptadas para las ofrendas.    
Como se ve, la actividad de los mercaderes estaba al servicio del culto que se celebraba en el templo. Pero oscurecía el camino de la fe y apagaba la alegría de los salmos de los peregrinos que llegaban de lejos. El texto nos dice que solo Dios es Dios. Es fácil sustituirle por los ídolos. Hasta el comportamiento más cercano a lo sagrado puede estar impregnado por la mundanidad.
Los fariseos piden a Jesús un signo que demuestre la autoridad con la que actúa al expulsar a los vendedores y oponerse al sistema establecido. Pero no son capaces de admitir los signos de misericordia y compasión que Jesús va derramando por todas partes. Y menos aún reconocen a Jesús como el verdadero y definitivo signo de Dios.

LOS SIGNOS Y LA VOZ

El relato evangélico de la limpieza del templo incluye una triple observación que merece ser meditada también en estos días:
• Jesús hablaba del templo de su cuerpo. Cristo muerto y resucitado es el templo último y definitivo. Su humanidad era, es y será el espacio en el que Dios se manifiesta al hombre y en el que los hombres pueden acercarse  verdaderamente a Dios.
• Jesús ofrecía como signo su poder para reconstruir el templo. Pero no se refería a la construcción herodiana, sino a su propio cuerpo. En él descubrimos a Dios. En él damos gloria a Dios y nos encontramos en oración con todos los creyentes.
• Cuando Jesús resucitó, sus discípulos se acordaron de sus palabras y dieron fe a la Escritura y a la palabra de Jesús. No se trata solo de un recuerdo psicológico. Se trata de una memoria en el Espíritu, que lleva a los discípulos hasta la verdad plena.
- Padre santo, que tu Espíritu nos ayude a descubrir el valor de tus mandamientos, a reconocer a Jesús resucitado como el signo definitivo de tu misericordia y a creer en su palabra de vida y salvación.
                                                                                José-Román Flecha Andrés

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