Lunes V
Dn 13,1-9.15-17.19-30.33-62
Jn 8,1-11
En aquel tiempo Jesús se dirigió al monte de los Olivos,
y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él,
sentándose, comenzó a enseñarles. Los maestros de la ley y los fariseos
llevaron entonces a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La
pusieron en medio de todos los presentes y dijeron a Jesús: “Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. En nuestra ley,
Moisés ordena matar a pedradas a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?”.
Preguntaron esto para ponerle a prueba y tener algo de qué acusarle, pero Jesús
se inclinó y se puso a escribir en la tierra con el dedo. Luego, como seguían
preguntándole, se enderezó y les respondió: “El que de vosotros esté sin
pecado, que le arroje la primera piedra”. Volvió a inclinarse y siguió
escribiendo en la tierra. Al oír esto, uno tras otro fueron saliendo, empezando
por los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había
quedado allí, se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha
condenado?”. Contestó ella: “Ninguno, Señor”. Jesús le dijo: “Tampoco yo te
condeno. Vete y no vuelvas a pecar”.
Preparación: La sociedad actual se burla del pecado pero condena
cruelmente al pecador. Jesús, por el contrario, no trivializa el pecado, pero
se compadece del pecador y lo llama a una nueva vida. La cuaresma es tiempo de
penitencia. Los dos textos que se proclaman en la Eucaristía de hoy nos hablan del pecado, ciertamente. Pero
sobre todo, nos hablan de la justicia de Dios que se revela en el joven Daniel
y que en Jesús se manifiesta como misericordia.
Lectura: El libro de Daniel contiene el relato sobre Susana,
calumniada y condenada por dos ancianos depravados y finalmente liberada del
suplicio por el joven Daniel. El evangelio contiene una escena muy semejante.
Ante Jesús conducen a una mujer sorprendida en adulterio. Sin duda nos llama la
atención que no aparezca el cómplice. Como Daniel, también Jesús pone en
evidencia a los acusadores, dispuestos a apedrearla según prescribe la Ley, y
absuelve a la acusada.
Meditación: Meditamos la frase que Jesús dirige a los acusadores: “El
que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Condenar a los demás
significa casi siempre usurpar una prerrogativa de Dios. Quien condena a los
demás se atribuye el poder de juzgarles. Jesús nos recuerda que todos somos
pecadores. Con mucha frecuencia caemos en la tentación de la proyección.
Acusamos a otros de aquello que mancha nuestra propia conciencia. La frase que
dirige a la mujer revela su misericordia y propone un nuevo camino: “Tampoco yo
te condeno. Vete y no vuelvas a pecar”.
Oración: Padre de los cielos, todos los días te pedimos que
perdones nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Te
damos gracias por tu gran misericordia. Y te rogamos que nos ayudes a ser
compasivos y misericordiosos.
Contemplación: Podemos recordar hoy la pintura que refleja la escena de
Jesús y la mujer adúltera, que se encuentra en el retablo de la Catedral Vieja
de Salamanca. Contemplamos la serenidad y los gestos de Jesús. Según San
Agustín, Dios escribió la Ley con su dedo en las tablas de piedra. Jesús
escribe en el suelo para revelarnos el contenido de nuestra conciencia. Y según
el papa Benedicto XVI “sus palabras están llenas de la fuerza de la verdad, que
desarma, que derriba el muro de la hipocresía y abre las conciencias a la justicia
mayor, la del amor, en la que consiste el cumplimiento pleno de todo precepto”
(Ángelus 21.3.2010).
Acción: Que la meditación de la justicia y la misericordia de
Dios no se quede en el aire. El mismo papa Benedicto XVI nos sugiere acercarnos
a los ministros del Señor para liberarnos del mal por medio del sacramento de
la Reconciliación. Y el Concilio Vaticano II afirma que “la penitencia del
tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y
social” (SC 110).
José-Román Flecha Andrés