miércoles, 30 de marzo de 2016

martes, 29 de marzo de 2016

lunes, 28 de marzo de 2016

REFLEXIÓN - DOMINGO 2º DE PASCUA. C 3 de abril de 2016

MISERICORDIA DIVINA

“Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. Así comienza la primera lectura de este domingo segundo de Pascua (Hech 5,12). Ha comenzado el tiempo de la Iglesia. Los discípulos del Señor hacen ahora visible su misericordia.
En realidad, la compasión de Dios se hace visible en la curación de los enfermos. Es interesante observar que la gente que se acercaba a los apóstoles deseaba que al menos la sombra de Pedro cayera sobre los pacientes que les acercaban.
Tambien hoy la humanidad sufre en su cuerpo y en su espíritu y busca por todas partes un alivio a sus ansias y dolores. Podemos preguntarnos si también el paso de los cristianos de hoy aporta una respuesta a las expectativas de la humanidad.
Con el salmo responsorial agradecemos haber sido aliviados de nuestros males:  “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117)”.  

LOS CONTRASTES Y LA MISERICORDIA

El evangelio nos recuerda dos momentos de la revelación del Resucitado a sus discípulos (Jn 20, 19-31). El texto parece jugar con diversas contraposiciones. Es como si intentara ofrecernos una pintura que se configura con un fuerte claroscuro
- En primer lugar se contraponen el miedo y la alegría. Tras la muerte de Jesús, los discípulos están todavía atemorizados. Pero el descubrir a Jesús presente en medio de ellos, los llena de alegría.
- En segundo lugar observamos que el miedo los mantiene paralizados y con las puertas cerradas. Pero el aliento de Jesús los exhorta a salir a la calle. Los encerrados, se convierten ahora en los enviados.
- En tercer lugar, intuimos que los discípulos no han superado el sentido de culpa por haber abandonado a Jesús. Pero el resucitado no vienen a reprenderles su falta. Al contrario, los convierte en ministros del perdón y de la misericordia.

LA PROTESTA Y LA FE

  Con frecuencia oímos calificar a Tomás como “el incrédulo”. Pero olvidamos que fue precisamente él quien había desafiado a los otros discípulos a seguir al Maestro: “Vayamos también nosotros a morir con él” (Jn 11,16). Tomás tenía fe para aceptar la muerte. ¿Es que ahora  no tiene fe para aceptar la vida? Habrá que repensar sus palabras y las del Señor.
• “Si no veo la señal de los clavos…, no creo”. Esas palabras no delatan la incredulidad de Tomás. Son una protesta personal contra los que aplauden la luz sin haber aceptado la cruz. 
• “Trae tu dedo… No seas incrédulo, sino creyente”. Las palabras de Jesús se dirigen a Tomás y a todos nosotros. Ni incrédulos, ni crédulos. Se nos pide la seriedad de los creyentes.
• “Señor mío y Dios mío”. Tan sólo la declaración de Pedro puede compararse a esta confesión de fe que el Resucitado suscita en quien estaba dispuesto a seguirlo hasta la cruz.
• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Sólo en eso podemos superar la valentía y la coherencia de Tomás. Él creyó por las llagas. Nosotros nos apoyamos en la fe del que creyó.
- Señor Jesús, como nos ha dicho el Papa Francisco, tus llagas son un signo permanente del amor misericordioso de Dios. Que ellas nos ayuden a descubrir, celebrar y confesar su misericordia. Amén.  
                                                                           José-Román Flecha Andrés


CADA DÍA SU AFÁN 2 de abril de 2016

                                         

DOS INDIFERENCIAS

Después de la santa misa habían recitado una oración habitual: “Señor, enséñame a ser generoso. Enséñame a servirte como lo mereces; a dar y no calcular el costo, a luchar y no prestar atención a las heridas, a esforzarme y no buscar descanso, a trabajar y no pedir recompensa, excepto saber que hago tu voluntad”.
Poco después estaban ya sirviendo el desayuno a los ancianos pobres a los que atendían cada día. Se llamaban Anselm, Reginette, Margarita y Judith. Procedían una de la India, otra de Kenya y las otras dos de Nigeria. Pertenecían a la congregación de las Misioneras de la Caridad, fundada por la Madre Teresa de Calcuta. Y fueron asesinadas a sangre fría el viernes día 4 de marzo de este año 2016 en Adén, Yemen, al sur de la península arábiga.
  Sus asesinos las condenaron por proselitismo religioso, algo que nunca han pretendido. Bien sabían ellas que el pobre tiene su dignidad, con independencia de su raza o de su religión.
Junto a estas misioneras, sus asesinos dieron muerte a empleados de la casa y a los ancianos que pretendieron defenderlas. La superiora de la casa se salvó por milagro. Y el  sacerdote salesiano, Tom Uzhunnalil, que había celebrado la eucaristía fue secuestrado. Era el  último que permanecía en Aden tras el incendio de su parroquia en el septiembre pasado.
Cuatro religiosas, más doce muertos más ¿qué pueden importar al mundo? Junto a los 7000 cristianos asesinados durante el año 2015, este es un incidente más. “Efectos colaterales”, los llaman en este tiempo.
 El domingo, día 6, después del Ángelus, el Papa Francisco, afirmó que las cuatro monjas asesinadas eran víctimas de sus verdugos pero también de "la indiferencia, de esta globalización de la indiferencia, del ‘no importa’".  Estos mártires asesinados cada día tan solo por  ser cristianos "no son portada de los periódicos, no son noticia". Por una parte, el odio a la fe cristiana. Por otra parte, la indiferencia ante el odio que mata a los cristianos.
El mundo se conmueve cuando se ataca el derecho a la información. Pero ni siquiera pestañea cuando se aplasta el derecho a la libertad religiosa. Nuestra sensibilidad revela nuestros intereses y, al fin,  nuestra misma identidad.
Pero tras esta trágica noticia nos sorprende la declaración de la hermana Cyrene, provincial para Italia de las Misioneras de la Caridad: “Si estamos solas y no tenemos personas a las que cuidar, ante el peligro, cambiamos de lugar, vamos a otra parte. Pero si tenemos a los pobres, los enfermos, los paralíticos… ¿cómo podríamos?” Y añade con sencillez que  “lo que realmente hace daño es la indiferencia en el corazón de tanta gente por las condiciones y la suerte que corren los pobres y los últimos”. Ese es el otro desafío a nuestra adormilada conciencia.
                                                                             José-Román Flecha Andrés

martes, 22 de marzo de 2016

PASCUA DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

REFLEXIÓN - DOMINGO DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR 27 de marzo de 2016


EL FUTURO ABIERTO

“Del sepulcro se han llevado a mi Señor
y no acierto a saber donde está puesto”.

Tal fue el grito de alarma en la mañana
que rompía los descansos rituales
y urgía a repensar los proyectos imposibles
en futuros de orfandad y desaliento.
Fue la voz de la sorpresa
que atenaza y agarrota
las fuerzas que nacieron junto al lago
y se fueron forjando entre sueños de poder
y asombros impensables.
El sepulcro está vacío en la mañana
y la muerte languidece,
vencida para siempre por la vida.
Pero hay algo que serpea en el asombro:
el Señor se ha liberado por sí mismo
de las vendas funerales y el sudario inmaculado
empapado en aromas de urgencia y de temblores.
Aún no sabemos los caminos
que ha podido tomar el que es Camino,
pero sabemos que su Vida
ha de ser ya para siempre
un germen de Verdad y de esperanza.
La tumba está vacía
y el futuro queda abierto
a la tarea que aguarda cada día
a todos los que crean y confiesen
la aventura del Señor Resucitado.


José-Román Flecha Andrés

CADA DIA SU AFÁN - 26 de marzo de 2016

                                                            
RESURRECCIÓN Y ESPERANZA
En su exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco nos ha invitado a reflexionar  sobre la acción misteriosa del Resucitado. Ese es uno de los motivos que nos impulsan a la evangelización en este preciso momento de la historia.  El pesimismo puede generar en nosotros la apatía. Pero la fe nos insta a superar la comodidad y la flojera.  La tristeza de la insatisfacción nos destruye porque nadie puede vivir sin esperanza. El Papa nos ofrece, al menos, siete puntos de reflexión para el tiempo de Pascua.
1. “Si pensamos que las cosas no van a cambiar, recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive. De otro modo, «si Cristo no resucitó, nuestra predicación está vacía» (1 Co 15,14). 
2. La fe nos invita a descubrir a Jesucristo vivo y a vivir con él. “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda”.
3. Nuestra tradición puede llevarnos a pensar que tanto la muerte como la resurrección de Cristo son tan solo un recuerdo. Pero no es así. “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable”.
4. Siempre nos acecha la tentación de pensar que el mal es invencible. Sin embargo, es posible la esperanza. “Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo”.
            5. A veces el desaliento brota de la experiencia de nuestros propios fracasos. Pero la fe nos levanta de nuestra postración. “La fe es también creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorioso en la historia «en unión con los suyos, los llamados, los elegidos y los fieles» (Ap 17,14)”.  
            6. En medio de la mala hierba, crece también la buena semilla. “La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva!”
7. No siempre vemos esos brotes. Pero la fe nos ofrece la certeza de una fecundidad impensable. “Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo... Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa”.  
                                                           José Román Flecha Andrés

martes, 15 de marzo de 2016

DOMINGO DE RAMOS CICLO C

REFLEXIÓN - DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR 20 de marzo de 2016

LA ENTRADA DEL REY
“Ofrecí la espalda a los que me golpeaban; la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”. En la primera lectura de este Domingo de Ramos escuchamos la lectura de uno de los poemas del Siervo de Dios, que se encuentra en la segunda parte del libro de Isaías (Is 50,4-7).
Jesus entra triunfante en Jerusalén, pero sabemos que entra para morir en la cruz. Como ha dicho el papa Francisco, “Es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios. Su trono regio es el madero de la cruz”.
El salmo responsorial recoge la súplica de Jesús. “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. Bien sabemos que esas palabras del salmo 21 eran el principio de una invocación que reflejaba la confianza en Dios de quien pasa por el valle del dolor.
La lectura de la pasion de Jesús según san Lucas nos recuerda que en la cruz del Señor encontramos la misericordia de Dios que lava nuestros pecados.

EL CLAMOR DE LOS PEREGRINOS

Con Jesús debieron de subir a Jerusalén algunos peregrinos procedentes de Galilea. Tal vez habían compartido con él unos días de descanso en Jericó. Y posiblemente habrían presenciado el encuentro de Jesús con el ciego Bartimeo, que imploraba su ayuda desde la vera del camino, reconociéndolo como Hijo de David.
Ese es el título con el que lo aclaman aquellos peregrinos que lo acompañan hasta la Ciudad Santa. A ese título añaden un conocido verso de los salmos (Sal 118,26). La bendición con la que la asamblea litúrgica recibía al rey que regresaba victorioso: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!” (Lc 19,38). 
Tambien los ramos recordaban aquel antiguo cántico de triunfo. Pero el entusiasmo de los galileos alarmó una vez más a los habitantes de la ciudad de Jerusalén. A sus preguntas sobre el que llegaba montado sobre un pollino, los peregrinos respondieron alborozados: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (Mt 21,10s).

EL GRITO DE LAS PIEDRAS

  Aquel alboroto podría desatar la represión por parte de los romanos. Eso debían de temer los fariseos que presionaban a Jesús  para que calmara el entusiasmo de sus seguidores. Pero la respuesta de Jesús suscita todavía ahora nuestra reflexión.
• “Si estos callan, gritarán las piedras”. También en este tiempo que nos ha tocado vivir son muchos los que pretenden amordazar a los discípulos de Jesús. No pueden soportar el mensaje del Maestro ni la voz de los mensajeros.
• “Si estos callan, gritarán las piedras”. Seguramente los discípulos de Jesús oyeron estas palabras. Y hemos de oírlas también ahora. No podemos guardar en silencio la palabra del Señor. La recuerda y la exige cada día el anhelo más hondo de la humanidad.  
• “Si estos callan, gritarán las piedras”. Ni el temor ni la cobardía han de hacernos callar el mensaje de Jesús para este tiempo y para este escenario de la historia. Si enmudecemos, otros pregoneros vocearán esa Palabra que salva y libera al ser humano.   
- Señor Jesús, también hoy llegas a la ciudad humana como mensajero de paz y de salvación. Que el miedo no nos impida acogerte como Señor y Salvador. Tú eres el Bendito que nos trae toda bendición.
                                                  José-Román Flecha Andrés

CADA DÍA SU AFÁN - 19 DE MARZO DE 2016

                                     
JOSÉ DE NAZARET

El día 19 de marzo la Iglesia Católica celebra la fiesta de san José, el esposo de María de Nazaret. Su figura, tantas veces olvidada, es realmente modélica para todos los cristianos. Y lo es por múltiples motivos.
1. José de Nazaret se presenta en los evangelios como un hombre justo. Trata de ajustar su vida a la voluntad de Dios. Y no pretende someter esa voluntad divina al imperio de la libertad y de la decisión humana.
2. Además, José  sabe escuchar la palabra de Dios en el más respetuoso silencio. Una palabra que se le dirige en la oscuridad de la noche y en esa oscuridad existencial que hace difícil tomar las decisiones más arriesgadas.  
 3. José de Nazaret vive en un país sometido a un poder imperial, ajeno a la cultura y a los intereses de su pueblo. Una orden del imperio lo saca de su casa en un momento tan dificil como el de la proximidad del parto de su esposa.
4. José ha pasado por  la persecución y la emigración. Ha tenido que salir de su tierra para defender la vida de su hijo, amenazada por un tirano celoso de su poder y promotor de una matanza de inocentes.
5. José de Nazaret confía su destino a Dios.  No se considera como un héroe por haber librado a su familia de la muerte. Acepta los plazos que Dios ha marcado y las señales con las que va dirigiendo su camino.
 6. De una forma y de otra, José experimenta la soledad y el dolor humano más traumático. De hecho, pierde a su hijo y ha de salir a buscarlo con angustia, como ocurre a tantos padres en nuestro tiempo.
7. Ese trance doloroso es al mismo tiempo una profunda experiencia espiritual. José de Nazaret llega a pasar por la prueba  que atraviesan todas las personas que creen haber perdido el rastro de Dios.  
8.  José y María “no comprendieron” las palabras con las que su hijo Jesús trató de explicar su permanencia en el templo. Y, a pesar de todo, guardaron aquellas palabras en su corazón.
José de Nazaret es el custodio de Jesús. Con razón se puede decir que es una figura en la que se refleja la identidad y la misión de la Iglesia. Y, por tanto, el camino y la vocación de todo cristiano.
                                    José-Román Flecha Andrés

lunes, 7 de marzo de 2016

DOMINGO 5º DE CUARESMA. C

REFLEXIÓN - DOMINGO 5º DE CUARESMA. C 13 de marzo de 2016

LIBERACIÓN Y PERDÓN

 “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” Ese oráculo divino se encuentra en el texto del libo de Isaías que se proclama en este quinto domingo de Cuaresma (Is 43,16-21).  
Lo antiguo era la esclavitud en Egipto y la asombrosa liberación que Dios había ofrecido a su Pueblo. Lo nuevo es el exilio que padece en Babilonia y la nueva liberación que Dios le promete. Si un día abrió a su pueblo un camino por el mar, ahora le abrirá un camino por el desierto.
La gratitud por el pasado ha de suscitar la esperanza de un futuro inmediato. La misericordia de Dios atraviesa los tiempos y da sentido a la historia. Con razón, el salmo da cuenta de la alegría de los liberados: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125).

UN DOBLE DESAFÍO

En el evangelio de este quinto domingo de Cuaresma se nos presenta el episodio de la mujer adúltera (Jn 8,1-11). Los escribas y fariseos traen ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. No les importa la dignidad de la mujer. Sólo pretenden dirigir a Jesús un desafío. Ésta es la pregunta: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” (Jn 8,6).
Si el Maestro dice que hay que apedrear a la mujer podrá ser acusado de despiadado y se hundirá para siempre su fama de profeta misericordioso. Si no la condena, no merece el nombre de profeta y será denunciado por contradecir la Ley de Moisés, que imponía la lapidación como pena por el adulterio (Lev 20,10; Dt 22, 22-24).
Como ajeno a la pregunta, Jesús se inclina y escribe en el suelo. De hecho, trata de hacer conscientes de su pecado a los hombres que la acusan de pecado para poder lapidarla: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7). En el contexto evangélico, estas palabras son una interpelación a los que presumen de limpios e inocentes y se arrogan el derecho de acusar a los demás. Ese es el desafío de Jesús.

EL MAL Y EL PERDÓN

En la respuesta de Jesús a la “mujer sorprendida en adulterio” hay dos partes igualmente importantes para nuestro tiempo y para nuestra conciencia personal:
• “Tampoco yo te condeno”. Jesús establece una distinción definitiva entre el mal moral y la responsabilidad. El primero no siempre implica la segunda. A ese binomio dramático, Jesús añade su  propio veredicto: el del perdón. Jesús ha venido al mundo no a condenarlo, sino a  salvarlo de su mal. Del mayor mal, que es el pecado. Jesús es el mensajero y el testigo de la misericordia de Dios.  
• “Anda y en adelante no peques más”. Jesús no ignora la realidad hosca del pecado. Aceptar a la persona no significa negar su libertad, ni equiparar el valor moral de todas sus decisiones, ni cerrar los ojos ante el dramatismo de sus tropiezos. Jesús no trivializa el pecado. Nunca ha presentado el mal como un bien. Pero invita a los pecadores a la conversión, a la confianza, al cambio de vida, a emprender un nuevo comienzo.
 - Señor Jesús, demasiadas veces nos fijamos en el pasado. En el nuestro y el de nuestros hermanos. Sólo tú nos exhortas a mirar confiadamente hacia delante. En lugar de reprocharnos nuestro pasado, tú nos invitas a recobrar la esperanza en el futuro. Bendito seas, Señor. Amén.   


                                             José-Román Flecha Andrés

CADA DÍA SU AFÁN 12 de marzo de 2016

                 
LA PRUDENCIA 

Todos nos invitan a ser comedidos y prudentes. Pero la prudencia es a veces concebida como la actitud típica de los cobardes. O como el retraimiento cauteloso de los escarmentados. Se atribuye esta virtud a la vejez sabia y experimentada, pero se la asimila con excesiva frecuencia al desencanto. En la opinión popular, la persona prudente, precisamente por serlo, parece evitar el riesgo y conservar el ritmo y el espacio de la dorada mediocridad.
La prudencia es absolutamente necesaria en la vida del hombre. Sin ella, ni la justicia sería justa ni la fortaleza es realmente constructiva. Por eso Santo Tomás la calificaba como "madre" de las virtudes. El bien ha de ser prudente. La prudencia nos revela la realidad y la verdad última del ser humano.
En su diálogo con Evodio sobre el libre albedrío, San Agustín definía la prudencia como “el conocimiento de las cosas que debemos apetecer y de las que debemos evitar”. Ese conocimiento y aprecio firme del bien es la verdadera sabiduría, como ya habían escrito los filósofos griegos.
En realidad, la prudencia consiste en la acertada percepción de las condiciones, en la elección ponderada de los objetivos, en la comprobación cuidadosa de los métodos y las técnicas y en la evaluación de los efectos.
Ahora bien, cada uno parece tener su propia medida a la hora de calificar   como prudentes o imprudentes las acciones propias y las ajenas.  Según sean los ideales y valores de la persona, así se considerará prudente un determinado comportamiento con las cosas o con las personas y hasta con el mismo Dios. Cada uno es prudente o desenfadado, según la idea que tiene de sí mismo. O según los valores e intereses que trata de preservar en cada caso.
También ante las demandas de Dios el ser humano se plantea la cuestión de la prudencia, al preguntarse por las exigencias prácticas de su fe o por los límites de su entrega. Lo malo es que al creyente Dios suele pedirle decisiones y acciones que a todas luces resultan imprudentes a los ojos humanos. Ante Dios, la prudencia parece convertirse en una curiosa mezcla de sencillez y generosidad. En "discreción", tal vez.
Jesús invita a sus discípulos a ser prudentes como las serpientes del desierto, pero también alaba en ellos la sencillez indefensa de las palomas (Mt 10,16). Él mismo contrapone los “sabios y prudentes" de este mundo a la ingenuidad desvalida de los pequeños (Lc 11,25).
El administrador “fiel y prudente” es el que cumple con responsabilidad el mandato de su Señor y vive la esperanza vigilante de quien aguarda su venida.
Para el cristiano, en consecuencia, la prudencia está a un paso de la verdadera libertad que nace siempre de la pobreza de espíritu y de la humilde osadía de la esperanza. No está lejos del testimonio de la fe.
                                                                      José-Román Flecha Andrés